#EA26con_JoseManu : #EducaciónAmbiental , #EducaciónEcosocial Quién es educadora o educador ambiental?

 

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Desde #EA26 queremos seguir manteniendo encuentros con las grandes de la EDUCACIÓN AMBIENTAL, ya hemos tenido al eurodiputado, sociólogos, periodistas, comunicadores y a educadoras ambiental. Para el próximo 16 de octubre tenemos a José Manuel Gutiérrez que acaba de presentar el libro de educación ambiental Educatio ambientalis. Invitación a la educación ecosocial en el Antropoceno

El 16 de octubre con el HT #EA26Con_JoseManu de 18 a 19h. podremos comentar algunas de la preguntas que se hace José Manuel:

  • ¿Educar para la transición ecosocial?
  • ¿Cómo se desarrolla la educación ecosocial?
  • ¿Cuáles son los referentes a fin de construir la nueva educación ecosocial?
  • ¿Quiénes hacen EA?
  • ¿Quién es educadora o educador ambiental?
  • ¿En qué consiste ser profesional de la educación ambiental?
  • ¿Profesionalización en EA?
  • ¿Cuál es la tarea?

Puedes ver más información en el texto que ha preparado José Manuel Gutiérrez, autor del blog EA XXI.

 

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Texto base (extractos adaptados del libro Educatio ambientalis. Invitación a la educación ecosocial en el Antropoceno)

¿Un quinto aprendizaje?

El Informe Delors (Unesco, 1996) compendiaba la educación integral en cuatro aprendizajes básicos: aprender a aprender (a conocer y a obtener instrumentos para la comprensión del mundo), aprender a ser (a ser personas), aprender a hacer (a actuar e influir en el entorno) y aprender a convivir (a vivir juntos). La EA añade un quinto aprendizaje: aprender a pensar y a actuar para transformar la realidad. Esto es, un aprendizaje que encienda la indignación ante las situaciones injustas sociales y ecológicas y que le oriente hacia la reflexión, el compromiso y la acción transformadora a favor de la justicia social y la sostenibilidad de la vida.
La inclusión de la ética ecosocial como un proceso de reflexión sobre la articulación de nuestra actividad con los otros elementos de la biosfera, abre la puerta a esta función de autodesarrollo. A partir del análisis crítico de los valores transmitidos por la ciencia y la tecnología antropocéntricas y de la construcción de una nueva ética ecosocial es posible promover la sensibilización ciudadana y la abstracción acerca de su papel activo, participativo y movilizador dentro de la sociedad.
En esa construcción ética, la educación tiene un valor y un poder básico. Es un pilar en la cimentación de sociedades sustentables. «La educación ha de ser la piedra angular de la transición a una civilización postcapitalista» sentencia Díaz-Salazar (2016). El Homo sapiens no ha realizado todo el trayecto de su evolución con el fin de dedicar su tiempo al trabajo y al consumismo. Por el contrario, trata de desarrollar para sus capacidades vivir con plenitud y ser feliz consigo y con los suyos. Quizás se pueda buscar la felicidad y vivir bien acumulando bienes, no obstante, desde el momento en que somos capaces de advertir lo profundo de la crisis ecosocial y de las consecuencias de nuestro modo de vida, es imposible ser plenamente dichoso o dichosa.

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¿Educar para la transición ecosocial?

Prepararse para la transición ecosocial entraña trabajar en distintas dimensiones. De un lado, representa cuestionar las principales señas de identidad de la cultura hegemónica, rechazar los modelos conceptuales vigentes que han llevado al colapso a la Humanidad. De otro, demanda reconsiderar la mayoría de nuestros vínculos con la biosfera y sus elementos, así como nuestras formas de organización social para provocar transformaciones que van mucho más allá de las superficiales medidas de los reajustes económicos y políticos previstos por instituciones, clase política tradicional y mercado. Además, también significa realizar cambios individuales y ceder en nuestra comodidad, riqueza y lujo. Disponerse para la transición ecosocial es renunciar a parte de ese confort que nos es cotidiano y agradecemos, pero cuyas consecuencias ponen en riesgo la vida en el planeta.
Estamos enfrentados a una crisis civilizatoria sin igual y esta exige cambios radicales en muchas esferas y a muchos niveles. Por ello, se hace imprescindible formar a quienes van a participar en la construcción de estas nuevas sociedades. Una tarea educativa fundamental a la que deben contribuir personas, colectivos, proyectos políticos, movimientos sociales, sistemas educativos, centros escolares, enseñantes, sindicatos y, por supuesto, quienes aprenden. Necesitamos desaprender y reaprender, deconstruir y reconstruir, deshacer y rehacer. Para cumplir este fin, sin duda, la educación necesita sufrir un cambio radical, regenerarse con y desde los cambios sociales, políticos y económicos que conlleva el postcapitalismo.

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¿Cómo se desarrolla la educación ecosocial?

En esta línea, la educación ecosocial trata el modelo consumista con perspectiva ecosistémica; lucha contra la destrucción de la naturaleza y los conflictos bélicos; alimenta la cultura de la sostenibilidad; contesta la violación de los derechos humanos, la desigualdad y el empobrecimiento; analiza la discriminación por género, discapacidad, identidad, origen, religión o cultura e impulsa el ideal de emancipación y de empoderamiento de la infancia; erradica la indiferencia y provoca la indignación; desnuda el capitalismo explotador, la precariedad laboral, las migraciones forzadas y las crisis de los cuidados, etc.
El reto del cambio es ético, es la construcción de una ética ecosocial. Una educación ética refuerza la conciencia de que cada quien es responsable de sus actos y enseña a las personas a plantearse desde la infancia si su conducta se ajusta a los valores de la sociedad. Por esto, las causas y consecuencias de los problemas ecosociales deben formar parte de los programas educativos, así como la propuesta y puesta en práctica de alternativas. Al igual que la EA reivindicaba en el Foro Global Ciudadano de la Cumbre de Río de 1992, la educación ecosocial no es neutra, es ideológica. La educación ecosocial constituye un acto político, basado en valores que inspiran una transformación ecosocial que dé lugar a ecociudadanos y ecociudadanas empoderadas, libres, solidarias, integradas en movimientos sociales y tejiendo redes comunitarias.
La educación necesita de educadoras y educadores. Educar es un proceso, a veces simple, a veces complejo, y en todo caso maravilloso. Todas las personas, solo por nuestro modo de actuar, somos educadoras. Pero, dado que no aprendemos las cosas de manera definitiva, sino que constantemente estamos aprendiendo, toda persona educadora es a su vez educanda. Al fin y a la postre somos ignorantes en la mayoría de los campos.
Atender a las necesidades e intereses de quien aprende nos obliga a que le enseñemos a pensar acerca de sí mismo o misma, sobre los demás. Con ello favorecemos su capacitación para relacionarse con otras personas y con su entorno social y ecológico, su empatía con los problemas ecosociales y situarse en el lugar de los otros. Consecuentemente, estamos preparando al educando o educanda al objeto de pensar y actuar en el mundo y con el mundo.

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¿Cuáles son los referentes a fin de construir la nueva educación ecosocial?

Sin duda, los orígenes de una educación preocupada por los aspectos ecológicos y sociales de la crisis civilizatoria se encuentran en la EA.
La EA surge hace 50 años y se levanta cada día tratando de educar para superar la crisis civilizatoria en un contexto insostenible y colaborar en la construcción de una nueva realidad ecosocial. La EA no vino para quedarse, pero perdurará en tanto en cuanto la situación actual se mantenga. La EA es un proceso fundamental de cambio, integrado con otros movimientos ecosociales, pero centrado en la educación.
De hecho, si entendemos por medio ambiente el conjunto de elementos físicos y biológicos que nos rodean y las relaciones que se establecen entre ellos, la EA atiende tanto a los aspectos ecológicos como a los sociales de la problemática ecosocial. De esta manera, podríamos considerar la educación ecosocial como la evolución natural de la propia EA que aprovecha, por fin, un adjetivo que aclara su enfoque y su objeto de estudio y acción, ya que ambiental se ha confundido (y se sigue haciendo) erróneamente durante décadas exclusivamente a naturaleza. La educación ecosocial forma parte de un presente en numerosas experiencias educativas, pero sobre todo es un pilar de un futuro sistema de organización social de carácter ecosocial.

¿Quiénes hacen EA?

Las educadoras y los educadores ambientales. Esta rara avis la encontramos en centros de interpretación, granjas escuelas, instituciones de experimentación educativa, Universidades, compañías, escuelas, organismos de apoyo, centros de documentación, servicios sociales, sector primario, ONG, etc. Por el contrario, es difícil encontrar profesionales de la EA en el poder legislativo, ejecutivo o judicial, en administraciones públicas, industrias, comercio, empresas de ingeniería, periodismo, gestión ambiental, marketing, publicidad, comunicación…, es decir, allí donde se toman decisiones de enorme calado ecosocial.

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¿Quién es educadora o educador ambiental?

¿Quién tenga el último título de formación profesional de grado superior denominada Técnico Superior en Educación y Control Ambiental?, ¿quién sacó el Doctorado Interuniversitario de EA?, ¿quién ha realizado algún Master o Título de Especialista Universitario en EA?, ¿quién acredita muchos años trabajando en primera línea desde el reciclaje, la movilidad, los itinerarios guiados en la naturaleza, los huertos urbanos o luchando contra los desahucios y por los derechos de inmigrantes?, ¿la docente que lleva numerosos cursos instruyendo para que su alumnado desarrolle actitudes y adquiera hábitos medioambientales?, o quizás ¿la octogenaria que tiene un pájaro como radio, toma el fresco en vez del aire acondicionado, friega los platos en un balde o espanta las moscas poniendo clavo en un limón abierto?, ¿los y las animalistas que realizan las dramáticas acciones que aparecen en algunos medios?, ¿la persona sensible a la realidad insostenible del planeta que quiere contribuir a mejorarla y mejorar con ella la sociedad?
La EA, como ciertas películas o músicas, es una educación de culto, una educación que despierta la reverencia y la mitificación por parte del educador o educadora ambiental, lo que ayuda a establecer una relación singular con la satisfacción educativa. El inicio de un programa se convierte en acontecimiento, lo mismo que la respuesta de quienes aprenden. Además, los contenidos también son de culto: el cambio climático, la deuda ecológica, la pérdida de biodiversidad, la inmigración climática o económica, la salud ambiental, la esclavitud infantil o la violencia de género son temas que adquieren tintes míticos, por su perdurabilidad en el tiempo, o épicos, por las grandes luchas y pérdidas humanas que conlleva. El desarrollo del programa utiliza los valores del tiempo, la ceremonia, el rito; la conciencia de experiencia única.
La EA es compleja, por tanto, la formación en EA es compleja. No se trata solo de estar al corriente de la biología de la cigüeña, de cómo funcionan los ecosistemas costeros, del problema del aceite de palma o de conocer las últimas dinámicas participativas. Si la EA pretende desarrollar las competencias ecociudadanas en personas y grupos sociales, atendiendo a su complejidad, debe contener los conocimientos éticos, pedagógicos, científicos, filosóficos, políticos, económicos, artísticos, psicológico, sociológicos, legales, etc. mínimos que nos garanticen entender, comprender y saber movernos en la complejidad de la realidad. Esto nos permitirá ayudar a quienes aprenden a construir el conocimiento sobre el contexto y las problemáticas ecosociales, a tomar conciencia de su capacidad de intervención en ella, a participar en dinámicas de mejora, a estar al tanto de las experiencias de éxito, a que debatan, decidan y obren en consecuencia.

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¿En qué consiste ser profesional de la educación ambiental?

En conocer el funcionamiento de la economía de libre mercado, las características y secuelas del neoliberalismo, las diferencias entre valor y precio, la importancia de la soberanía alimentaria, las causas, consecuencias y alternativas al cambio climático, los problemas e interacciones locales-globales, los valores éticos de nuestro modelo de sociedad y los valores ecosociales, el valor de una puesta de sol charlando con amigos y amigas… y en observar las teorías y los conceptos que ayudan a encaminar y favorecer los procesos de enseñanza-aprendizaje. Reconocer las grandiosas cifras que ofrecen las problemáticas ecosociales no es sinónimo de ser consciente de la gravedad de los mismos, ni de que constituimos parte de ellos, ni de que somos partícipes de la solución.
Podemos planificar el mejor programa del mundo, pero nunca podremos garantizar los progresos de aprendizajes internos o grupales de quienes aprenden. Podremos poner toda nuestra sabiduría y recursos al servicio del proceso, pero quien aprende llegará a su propia conclusión y tomará sus propias decisiones, que aceptaremos de manera democrática y crítica. Aun pecando de relativistas, ya que no garantizamos de antemano el éxito del proceso formativo, garanticemos la propuesta educativa, que es lo que está en nuestras manos: que sea atractiva, fundamentada, conectada a las emociones, diversa, flexible, autorregulable, abierta, etc. y que facilite el desarrollo de las potencialidades de quien aprende, su empoderamiento y capacidad de acción. Según María Novo (1998), el papel del educador o educadora ambiental se centra en operar como mediador en esta transacción formativa sujeto-entorno que da lugar al nuevo conocimiento, poniendo en juego las estrategias didácticas necesarias a fin de que las personas implicadas puedan relacionar lo novedoso con lo que ya sabían, bien sea para confirmado y ampliarlo, o bien para modificarlo y cuestionarlo. En otras palabras, no impone lo que se desea, sino que ayuda a construir saber, conciencia y activismo social.
Enseñar exige rigor metódico, investigación, respeto a los saberes de los educandos, crítica, estética y ética, la corporificación de las palabras en el ejemplo, reflexión crítica sobre la práctica, el reconocimiento y la asunción de la identidad cultural […], humildad, tolerancia y lucha en defensa de los derechos de los educadores, alegría y esperanza, convicción de que el cambio es posible, curiosidad […], seguridad, competencia profesional y generosidad […]. Enseñar exige comprender que la educación es una forma de intervenir en el mundo (Freire, 2008).

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¿Profesionalización en EA?

Aquí enganchamos directamente con el debate sobre la profesionalización de la EA. Posiblemente, la profesionalización en EA vaya en contra del pilar transdisciplinar de la EA y, quizás, no necesitemos tanto una profesionalización en EA, sino profesionales en cualquier ámbito (biología, geología, economía, historia, filosofía, etc.) o de formación interdisciplinar y comprometidas y comprometidas con la EA, con sus fines últimos. Profesionales que desarrollen estrategias y ofrezcan escenarios para acciones de transformación ecosocial, que estén implicados en la sociedad, personas llenas de entusiasmo y pasión por lo que hacen, formadas para el cambio permanente. La EA no puede caer en la misma hiperespecialización disciplinaria que sufre el currículum escolar o universitario.
Un problema surge cuando la profesionalidad se topa con las limitaciones del espacio laboral y su estabilidad. Sobre todo, en tiempos de crisis como éstos en los que todos los sectores laborales se ven afectados y, parece ser, la estabilidad laboral va a brillar por su ausencia de aquí en adelante.
No vamos aquí a descubrir el carácter que corresponde a los agentes formadores en EA, pero sí sabemos que no son negacionistas, ni pesimistas. Lo que sí se demanda es que sean cómplices con la realidad social de la que forman parte, que establezcan vínculos con otros agentes implicados (para formar) y con los no implicados o negacionistas (para informar, formar y concienciar). Los profesionales de la EA hacen sentir que la EA es realmente valiosa para la sociedad, para el cambio. Como decía Freire (2015), «La educación es un acto de amor, por tanto, un acto de valor. No puede temer el debate, el análisis de la realidad; no puede huir de la discusión creadora, bajo pena de ser una farsa».
Llegados a este punto, tienen un papel clave quienes se dedican a la EA en la primera línea de acción concreta con diferentes sectores sociales. Personas que con su actuación pueden aportar un elemento de estabilidad a la sociedad de cambio permanente en que vivimos. La propia idea de transformación social está llena de dificultad en el trabajo de la EA, ya que en la realidad nada es duradero, todo pasa de moda rápidamente, todo es fugaz. En este contexto, reconozco una nueva generación de educadores y educadoras ambientales en instituciones, empresas, ONG, escuelas y universidades, la mejor preparada de la historia, capaz de romper inercias y de sacudir anquilosamientos teóricos y prácticos, un amplio conjunto de jóvenes en cuya formación, ideas y acciones está garantizada la renovación y consolidación de la EA en un futuro próximo.

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¿Cuál es la tarea?

Si la EA, como decíamos más arriba, capacita a las personas en el análisis de los conflictos socioecológicos, impulsa el desarrollo de una ética que inspire una transformación ecológica y social desde una perspectiva de equidad y solidaridad, favorece el debate sobre alternativas, toma de decisiones y resolución de problemas, fomenta la participación activa de la sociedad, potencia la responsabilidad compartida hacia el entorno, etc., entonces, las funciones de las educadoras y educadores ambientales —tanto en el ámbito formal como no formal— van en esta misma dirección. Y utilizando el mismo verbo que usaba la Carta de Belgrado, las educadoras y educadores ambientales tratan de ayudar a las personas a:

  • Ser sensibles e indignarse ante los diferentes problemas que dan cuerpo a la crisis civilizatoria actual.
  • Adquirir conocimiento y comprender cómo funciona el planeta, las causas de la crisis y sus consecuencias, especialmente en los colectivos con más riesgo de exclusión.
  • Aprender los valores ecosociales transformadores de la realidad cotidiana, integrando hechos, conocimientos, actitudes y valores.
  • Tomar conciencia sobre la responsabilidad individual y colectiva y la necesidad de una Gran Transición Ecosocial.
  • Ejecutar acciones transformadoras ecosociales, ofreciendo escenarios de actuación reales y contextualizados.
  • Evaluar tanto los procesos como los resultados obtenidos.

En todos estos procesos, es importante ayudar a revelar las relaciones ecosociales que se establecen en las diferentes problemáticas: ¿cuáles son las causas y consecuencias?, ¿cuáles son los agentes sociales implicados?, ¿quién decide qué?, ¿por qué o para quién?, ¿qué valores sociales dominantes se vislumbran?, ¿cuáles son mejor cambiar?, ¿cuáles son los grupos sociales afectados?, ¿cuáles son las relaciones de poder?, ¿cuál es la correspondencia entre el saber y el poder?, ¿quién tiene o pretende tener el saber?, ¿para qué fines?, etc., para finalmente plantearnos las preguntas-acción: ¿qué se puede hacer?, ¿qué podemos hacer?, ¿qué vamos a hacer? La EA debe ser a la vez representación de la dinámica social, análisis y denuncia de las relaciones de poder y crisol de los cambios ecosociales.

Las educadoras y educadores ambientales debemos tener como base el pensamiento crítico, a la vez que el innovador y el creativo, en cualquier tiempo y lugar, tanto en la EA formal como no formal e informal, promoviendo la transformación y la construcción de la sociedad. Cada oportunidad de aprendizaje debe ser una experiencia para transitar hacia sociedades sustentables. Cuestionarnos para qué trabajamos con una comunidad específica; para qué estoy educando con una visión no solo pedagógica; sino también política; qué quiero construir en común; de qué manera voy a empoderar a fin de que puedan tomar en sus manos el entorno, disfruten de lo que forman parte y puedan tener acceso a la toma de decisiones (Morelos Ochoa, 2013).
Quien trabaja en EA debe buscar cómplices y aliados en los sectores sociales que trabajan por el feminismo, ecologismo, derechos sociales, etc., creando las redes que sean necesarias de cara a generar un mejor contexto para su labor. El trabajo en red entre diferentes es imprescindible en un mundo complejo que necesita de todas las manos posibles para otro futuro posible.
Finalmente, a pesar de todos los aparatos que necesitemos llevar para nuestra actividad, el buzo de trabajo de los y las educadoras ambientales es la sonrisa. Una sonrisa que acoge y realza la autoestima de quien aprende, y le ayuda a afrontar el proceso de enseñanza-aprendizaje desde las emociones.
Definitivamente, necesitamos de una nueva educación, una educación para cambiar el mundo, una educación que ponga en evidencia las desigualdades y las tensiones sociales y ecológicas entre lo que es y lo que debería ser. La educación implicada en la transformación ecosocial revela una renovada cosmovisión del universo y una ética ecosocial donde los humanos desarrollan sus capacidades y aptitudes plenamente, viven en armonía en y con la biosfera, cuidan los vínculos con las demás personas y seres vivos, todo lo cual da acceso al fin último de la educación: ser felices.

Bibliografía

  • Díaz-Salazar, R. (2016). Educación y cambio ecosocial. Del yo interior al activismo ciudadano. Madrid: Editorial PPC.
  • Freire, P. (2008). Pedagogía de la esperanza. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.
  • Freire, P. (2015). La educación como práctica de la libertad. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.
  • Gutiérrez Bastida, J.M. (2018). Educatio ambientalis. Invitación a la educación ecosocial en el Antropoceno. Madrid: Bubok.
  • Morelos, S. (2013). Un espacio de construcción pedagógica en los límites. En Arias, M.A., La construcción del campo de la educación ambiental: análisis, biografías y futuros posibles. Guadalajara (México): Editorial Universitaria.
  • Novo, M. (1998). La educación ambiental. Bases éticas, conceptuales y metodológicas. Madrid: Editorial Universitas y Ediciones UNESCO.
  • Unesco (1996). La educación encierra un tesoro. Informe a la UNESCO de la Comisión Internacional sobre la Educación para el Siglo XXI. Paris: Ediciones Unesco.

 

José Manuel Gutiérrez Bastida
Para #EA26con_JoseManu, 2018


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